viernes, 15 de mayo de 2009

Himnos y banderas


Siempre pensé que acudir desbocado tras un trapo agitado era más postura de toro que de hombre. Desde pequeño me parecieron ridículas las letras de los himnos; claro está que la del colegio decía, en memorable estrofa, aquello de "insigne pedagogo, mentor de juventudes, espejos de virtudes del alma estudiantil..." En la infancia, se multiplicaron himnos y enseñas, momentos solemnes en los que había que ponerse de pie, y nuevas letras que aprender. Todos pueblos elegidos, al que les esperaba un destino lleno de prosperidad, ya fuera Alemania sobre todos, o Etiopía próspera y unida, los himnos construían la gloria de la patria nada más se invocasen sus mágicas palabras, sin importar el desafino colectivo. Cuando, ya mayor, entendía lo que decían algunas letras, espantaba aquello de "que una sangre impura empape nuestros surcos". En eso, el himno español, aunque musicalmente no me pareciera muy allá, tenía sus ventajas, porque podía ser cantado en ese esperanto que supone el tarareo e imaginar que la letra no era una ofensiva violencia sedienta de venganza. Hace unos días, se montó descomunal escándalo por un abucheo generalizado al himno español en la copa del rey. Curiosamente, los que mostraron una mayor hostilidad, son aquellos que presurosos acuden a una bandera para ondearla con aire furibundo, motivo de orgullo excluyente que enarbolar frente al enemigo imaginario. Hay que desconfiar de aquellos que al escuchar un himno entran en trance hipnótico, henchidos los pechos con esa marcialidad de película, los ojos vidriosos y la mirada perdida en ese horizonte de grandezas, nostalgia de una época imperial perdida. La necesidad de una fraternidad de sociedad limitada, que se reserva el derecho de admisión y veta la entrada a los impuros, fronteras imaginarias, para los cortos de imaginación, que se aferran a un mapa que restringe el paisaje a un trazado de líneas y colores en dos dimensiones. Con los días, las bajas pasiones se agitan, y aquello que fue falta de educación y decoro, a fin de cuentas estamos hablando de un estadio de fútbol, donde las buenas formas no son de uso común, acaba convirtiéndose en un asunto de Estado, para hacer de la mezquindad arma arrojadiza con la que golpear la cabeza del adversario. Curioso país España, donde sólo parece aprovecharnos las banderas para clavar el mástil en el ojo del enemigo, cantar el himno para escupírselo en la cara al vecino, y hacer de lo diverso campo semántico, que enriquece el vocabulario, para tener más palabras con que insultar. Qué oportuno sería, a veces, un daltonismo generalizado, que unificara colores, que, a fin de cuentas, los Rh no se distinguen a simple vista. Si, como decía Rilke, la verdadera patria es la infancia, mi himno debería empezar por aquello de "abuelito dime tú, por qué hoy soy tan feliz". Hoy ya voy estando mayor para tocar a rebato por más de un himno.

7 comentarios:

  1. Me parece muy sensato lo que dices.
    Un saludo

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  2. Me uno a ese himno de tu infancia. Tenemos más, ¿verdad?

    Un fuerte abrazo.

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  3. Bendita la hora en que decidiste abrir el blog. Tus reflexiones son un regalo. Gracias.

    Un saludo.

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  4. Hola.
    Poco más se podía esperar de gente llena de odio, egoismo, vanidad, y con pocas ganas de vivir la vida con alegría.
    Al fin y al cabo los únicos perjudicados en esta "su" guerra son ellos mismos.
    Un saludo.

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  5. Gracias por vuestras palabras. Zapateiro, me abrumas con lo que dices. Un saludo para todos.

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  6. Buenas tardes.
    Yo sigo pensando como Rilke, bendita España, y el himno ya dudo de su necesidad.

    En la infancia todos somos españoles. Y cuando crecemos, dejamos de ser de ninguna parte.

    Los nacionalistas son gilipollas, en ese término exacto.

    Yo me considero andaluz, pero español.

    Estos gilipollas no saben ni de donde son, ni de donde quieren ser.

    Lo más importante para mi, es que una vez fueron pequeños, y tuvieron infancia.

    Un abrazo.

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  7. Si es que eso de construir negando al contrario o, directamente, inventándose un contrario... Un abrazo para ti, Javier.

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