A veces los nombres los carga el diablo. Una triste coincidencia te puede llevar a Kafka, pasando por Lorca. Ir a ver procesiones y vivir el Cautivo y Rescatado, sin trinitarios en tu ayuda. La pasión sin compasión. Una lección de humildad y paciencia, con prendimiento y, afortunadamente sin columnas y azotes. Funcionarios que no funcionan, justicia ciega, sorda y sin gusto, pero, eso sí, con la mano bien larga. Errar es de humanos, pero algunos hierros son inhumanos. No te quieres imaginar cómo se puede sentir alguien sometido a ese castigo, pero te viene a la mente algo así como el individuo sometido al aparato del Estado, y te da pavor. Y te acuerdas también de "Con la muerte en los talones", y las consecuencias de una confusión de nombres, aunque , claro está, aquí no hay Eva Marie Saint para confortar al protagonista. La historia acaba con un final feliz; pero uno tiene la sensación de que hay muchas historias de esas, que se pierden tantas maletas, se extravían tantos expedientes, que se traspapelan actas, que no miden los actos, y que, una vez puesta a funcionar determinadas maquinarias administrativas, bancarias, judiciales, la inercia y la inepcia hacen el resto, para que, desde la altura de la noria, los ciudadanos no seamos más que hormiguitas, más fáciles de pisotear. Cuestión, como casi siempre, de perspectiva.
La burocracia es una bola de nieve cada vez más grande. Si no la engulle el mar, seguirá creciendo con nosotros dentro. Un abrazo
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