
Llegó el día del gran desfile multicolor. Bajo la bandera arcoiris unas carrozas diferentes recorrerán la ciudad que aguanta carros y carretas. Para algunos será una reivindicación, una forma de mostrar con orgullo que no se debe discriminar una identidad sexual. Para otros, desde su caverna, un escándalo que se haga público y notorio lo que ha de permanecer en secreto, que salgan a la luz los que debieran estar en su armario empostrado. ¿Cómo contemplar un desfile que no sea procesional o militar? Otros critican el gasto desmedido en épocas de apretarse el cinturón, para que unos pocos se aprieten el corpiño y se suelten la melena. Habrá quienes quieran apuntarse un tanto, foto vendible que les acerca al término tan manoseado, progreso que avanza por los caminos más trillados, réditos de ceros con la ayuda de Zerolo. Con orgullo, los entusiastas, que reinan por un día, defenderán una opción diferente, para combatir tantos prejuicios. Pero no sé si el talante festivo y carnavalero sirve para normalizar lo que sólo es una de las formas de expresión humana, que no tiene que ser un secreto; o sí, si quien lo quiere prefiere ser discreto. Ni espanto por un desfile festivo, ni entusiasmo ante el discurrir de carrozas, decoradas con la maestría de las mejores priostías, que no se va a hundir la Plaza de San Francisco, hoy más San Francisco que nunca, ni va a ser su día más señalado, cuando suene junto a las catenarias "a quién le importa".