domingo, 30 de agosto de 2009

Síndrome postvacacional



Lo estaba esperando, y ya lo dijeron, en cualquier informativo de los que, como esos carruseles de pequeñas diapositivas de la infancia, van dando vueltas a las mismas imágenes: operación regreso, como si fuera una extracción quirúrgica, atascos; inicio de liga, ésa que juegan dos equipos, con otros más de figurantes; últimas horas en las playas.., y, efectivamente, salió un tipo con pinta de psicólogo hablando del síndrome postvacacional. Síntomas, un malestar general, insomnio, irritabilidad... Ya lo tenemos ahí. Aquí cada proceso de adaptación a la realidad tiene que ser traumático. Aquí necesitamos una medicina que atempere el dolor del regreso. Por qué, ¿porque darnos de bruces con la realidad es un golpe cruel? ¿Tanto cambian las cosas a la vuelta? Mismas caras, mismos trabajos o no, mismos problemas, mismas circunstancias. Quizás el retornante a la ciudad vea que hay más obras que cuando se fue, que la zanja nos contempla con indolencia bostezante, con la cachaza de los que saben que el tiempo les pertenece, para irritación de conductores impacientes. El calor que no remite, pero los estetas se consolaran contemplando los nuevos matices de esa luz del otoño presagiado. Otros se enfrentan a sesudos debates donde se dirimen los problemas que de verdad afectan a la ciudad: la desaparición de las sillas en la carrera oficial. Quien se fue en agosto perdió su silla. Esa será una rima muy sencilla para el pregonero. Discusiones que retrasan las obras de un metro que sigue en su línea. Por las calles del foro todo adquiere un rostro de prisas, seriedad ejecutiva que camufla inoperancias. Gestores de gestos serios que hasta se creen lo que dicen. Alta política para la ciudad llana. A lo mejor, quien padece el síndrome postvacacional es la propia ciudad, que se había acostumbrado a ese ritmo aletargado, a la ausencia de la gente importante y contempla con pereza como, tras una tregua, regresan a sus puestos las fuerzas vivas, más vivas que nunca. Así que, no regresen todos de golpe.

domingo, 23 de agosto de 2009

Crónica de una epidemia anunciada


Todas las alarmas encendidas para cuando llegue el otoño. Una epidemia mayúscula recorrerá el mundo de Este a Oeste. Un estornudo, una sospecha; un kleenex olvidado, un paquete bomba. En el colegio la madre de Fátima estará satisfecha, que su hija ya puede ocultar su cara por razones higiénicas, porque el miedo al contagio ha llenado occidente de rostros velados. Otra madre, castiza, para no ser menos, lleva a su hijo con el antifaz de nazareno. Como en el cuento de Poe, la muerte se oculta embozadada, aunque esta vez lo haga bajo una mascarilla profiláctica. Carnaval de otoño. Las farmacéuticas se frotan las manos, grandes beneficios por el de Roche. Una oleada de puritanismo se extiende: cuidado con los besos, cuidado con tocaros; no te acerques, que tienes la mirada febril y esas calenturas no sanan así. Cada uno en su vaso y el virus en los de todos. Una gran preocupación se extiende por las autoridades eclesiásticas, gran disyuntiva, cumplir el rito o evitar el grito. El cura preconciliar toma la palabra ante la expectación de los feligreses, que saben que no hay mejor remedio para la enfermedad, que escuchar las palabras de un cura. Casi al final de la misa, en el daos fraternalmente la paz, el sacerdote previene, "sed noli vos tangere", que el latinajo siempre tiene más poder taumatúrgico. Rogativas y procesiones inundarán las ciudades, seguidos de disciplinantes y plañideras que entonan el "perdona a tu pueblo Señor"; mientras los hisopos pulverizarán antivirales. Discusiones sobre la imagen milagrosa que saldrá en procesión. El ultra rancio señala que debe salir la Virgen de las Fiebres. ¿Qué ocurrirá en besamanos y besapiés? Las priostías se plantean unas pantallas virtuales desde la que realizar el rito con un emoticono. Por su parte, el agorero anuncia, que lo que entra por las fosas nasales, sale por las fosas comunes. Un estornudo sobre la bandeja de las croquetas, convierte el ágape cultural en cóctel molotov, para los asiduos a las inauguraciones varias. ¿Tendrán éxito los canapés de couldina? Por su parte, Ágata Ruiz de la Prada ha sacado una línea de mascarillas de colores vivos y lunares; porque la prevención no ha de estar reñida con el estilismo elitista. Las epidemias con pan son más.

martes, 18 de agosto de 2009

Determinismo nominal


Como para depositar una ofrenda penetras en el centro comercial, prosélito de la religión del consumo. En la calle el infierno, mientras el templo se abre para ofrecerte amparo. Desconcertado observas el incesante vaivén de los peregrinos, dispuestos a una inmolación incruenta y profiláctica. Dudas qué dirección debes seguir; tardas en orientarte en ese nuevo templo de neones y pasillos. La salmodia leve del hilo musical atontece, pero no entorpece el discurrir de los riachuelos humanos. Recelas si preguntar, pero el pudor y el uniforme te disuaden. Deshaces el camino de un carrito aparatoso, y ya intuyes hacia dónde debes caminar. Efectivamente: al final de un largo pasillo y detrás de varios estantes aparece el altar que andabas buscando. Al menos dos docenas de pantallas vomitan sus imágenes. Llegan nuevos tiempos, una nueva tecnología que nos sacará de la estulticia televisiva: lo digital terrestre que, aunque suene más pedestre, es más moderno que lo satelital. No sabes, pero algo de Lampedusa se te viene a la mente. Divagaciones... Intuyes, asomado a una de esas ventanas opacas, que terrestre o satelital, seguirá primando la misma lógica anal. Los carteles informativos te hablan en acrónimos, divinas palabras a las que reverenciar, ante la que se impone tu ignorancia medrosa que contradice el adagio. Amparado detrás de un mostrador, revestidos de la autoridad de la corbata, varios vendedores resisten el asedio. Vacilas, y como vacilas, te superan familias familiarizadas con la pompa de la compra. La cola avanza con parsimonia, mientras los colantes se remueven inquietos. Por fin te llega el turno, y te toca un vendedor de sonrisa profesional, joven aunque sobradamente aleccionado. Una placa motea la solapa; una supuesta ventaja para el cliente, conoces un dato que él no posee. Casi sin leerlo, su nombre te llama la atención por lo desusado: Prudencio, que no casa con la imagen joven, tecnológica y actual. Automáticamente lees el apellido: Mercader; y es inevitable hacer la relación: Prudencio Mercader. Inmediatamente te relajas; sabes que ha nacido para eso, que es lo contrario del vendedor agresivo. En diez segundos ha ganado tu confianza; sus gestos acompasan la sutileza nominal. Vas a cumplir con la liturgia y no habrá mejor sacerdote que te reafirme en la fe comercial. Has superado esa breve crisis. Ahora encuentras sentido a los neones, al hilo musical, a los pasillos alineados y al peregrinar de romeros que dirigen sus pasos a los vomitorios recaudatorios, flanqueados por mamparas y custodiados por señoritas que, con un grácil y leve movimiento, recogeran, apenas mancillándolo, el óbolo justo y plastificado con el que poder seguir perteneciendo a la cofradía del santo mercado. Consumitum est.

Nota aclaratoria: cualquier parecido con la realidad es una de esas puras coincidencias que pasan en un día de verano, cuando se ha estropeado el televisor de casa y acudes a un centro comercial.

Mientras, en una playa cercana, una muerte tan absurda acechaba a un joven, aunque sobradamente agresivo. Una playa, desangrado y rodeado de ruido y furia. Una muerte romántica para una vida sin poesía. Le sobraba una letra para el verso perfecto. También sufría de determinismo nominal.

lunes, 3 de agosto de 2009

Vallas


Paseando por la ciudad semidesierta, flanqueado por zanjas y más zanjas, para alimentar la discusión. Gymkana estival para fomento del rodeo. Todos los caminos conducen a la obra; y no es una máxima del escriba. Obras son amores.., y en esto se nota cómo quieren nuestros ediles a la ciudad. Vayas donde vayas, una valla; y sobre esa vaya, un cartel; y en el cartel que pone un nombre que no te crees al leer: "Delegación de infraestructuras para la sostenibilidad". Acudes al diccionario de la Academia, y sostenibilidad que no aparece; pero claro, es que la Academia siempre tardó en aceptar las palabras rotundas, desafiantes que impregnaban el lenguaje de un sentido popular. Sostenibilidad, debe ser algo así como cualidad de sostén, sujetador, rancio cruzado mágico o turgente wonderbrá, ¿algodón o lycra? ¿negro o color "canne" de cañón? A ver cómo salgo de esta zanja que me desvía del camino. Sostenibilidad, sobre el precario equilibrio de una valla. Infraestructura para la sostenibilidad: pasíon por las polisílabas. La importancia de llamarse ernestocleidomastoideo. Pongamos un nombre tan largo que los que lo leyeren en el futuro, nos tomen por cursis. Neolenguaje para políticos que hacen de su discurso el terror de los estenotipistas -¡toma, palabra larga que sí sale en el DRAE!-. Como el juego de las estampitas de los futbolistas de la infancia, a ver qué nombre tiene más letras, que me llevo más. El falso tonto van pregonando por ahí, "¿quién me cambia estas estampitas?". Que de pregones y timos esta ciudad sabe latín. S.P.Q.H.